jueves, 7 de agosto de 2008

"Y para tí ¿que es el amor?"

“El amor”… es la máxima realización de un ser; y el placer que se deriva de su manifestación es el más hermoso de los placeres.
El amor se hace manifestó con el desear y hacer todo el bien posible a la persona amada con la finalidad de que sea feliz y dichosa, sin que medie algún interés y/o condición.
Cuando este sentimiento se comparte con alguna persona, ambos desbordan dicha y felicidad; difícilmente exista circunstancia que genere enojo o mala interpretación entre ambos.
Cuando una pareja logra amarse mutuamente, el entusiasmo que produce el amor sencillo y sincero saca al hombre y a la mujer de sí mismos para entregarse a la dicha de vivir para el otro y en el otro.




Cuando en el amor una pareja se une en entrega mutua, es posible por siempre disfrutar de gozo y placer, el placer sexual es en realidad solo una pequeña parte de la alegría que nace de la entrega del amor en alma y cuerpo propia de una entrega total y sin condiciones.
En cambio cuando prima la búsqueda del simple placer, ese gozo tiende a convertirse en algo efímero que deja una tendencia a la insatisfacción tarde o temprano.
Teniendo en cuenta que toda referencia sexual llega hasta lo más profundo del ser y al ser el sexo parte de nuestra expresión de amar y precisamente por poseer tan gran valor y divinidad, su corrupción es particularmente peligrosa.




—No siempre es fácil distinguir lo que es cariño de lo que es hambre de placer.

A veces es muy claro. Otras, no tanto. El señuelo del placer erótico antes de tiempo es más bien la necesidad de crear una amistad profunda y limpia, es la necesidad de sentirse amado por alguien.

Cuando una persona le dice a otra que le ama, el mismo lenguaje supone que en esa expresión hay un “para siempre”. No tendría mucho sentido que dijera: “Te amo, pero probablemente ese amor solo me durará unos meses, o unos años, mientras sigas siendo simpática y complaciente, o no encuentre otra mejor, o no te pongas fea con la edad.”

Un “te amo” nunca podra ser “solo por un tiempo”, no sería una verdadera declaración de amor. Es, más bien un “me gustas, me apeteces, me lo paso bien contigo, pero no estoy dispuesto a entregarme por entero a ti, ni a entregarte mi vida”.

Una persona, o se entrega para siempre, o no se entrega realmente. Y si uno se ha entregado, la entrega del cuerpo es la expresión de la entrega total de la persona. Entregar el cuerpo sin haberse entregado con amor tiene cierto paralelismo con la prostitución, con la utilización de la propia intimidad como objeto de intercambio ocasional: es dar el cuerpo a cambio de algo, sin haber entregado amor.
Solo dentro del amor que no pone condiciones, de un amor que por serlo es entrega total e incondicional, alcanza su sentido la mutua felicidad que se produce al llevar a término el acto sexual.

El concepto sexual del amor hace que alguien pueda inclinarse con cierta facilidad a la búsqueda del placer sexual solamente pensando en el amor; el sentido sexual ofrece ocasiones de servirse de las personas como de un objeto, aunque sea inconscientemente.

En cualquier caso, en la medida en que se reduzca a simple hambre de placer, se está usando a la otra persona, y eso no puede ser bueno para ninguno de los dos. Cuando se usa a otra persona, no se la ama, se le menosprecia.


El hombre, para ser feliz, ha de encontrar armonía en su vida y hacer las cosas como se deben hacer.

Por eso es preciso encontrar respuesta a preguntas capitales como: ¿qué debo hacer para educar mi sexualidad, para ser dueño de ella?

“El gobierno más importante es el de uno mismo”.
Si una persona no adquiere el necesario dominio sobre si mismo, vive con una anarquía dentro de si.

La sexualidad es un impulso genérico entre cualquier macho y cualquier hembra.
En cambio el amor entre un hombre y una mujer, busca la máxima realización de ambos.
El amor es el entusiasmo mayor que tienen en su vida la mayoría de los seres humanos.

Y para que el cuerpo sea parte e instrumento de ese amor, es necesario dominar el instinto de modo que no sea la base de un placer inmediato y egoísta.

Si no se educa bien, es fácil que en el momento en que tendría que brotar un amor limpio se imponga la fuerza del egoísmo sexual. Pensar en una desinhibición sexual simpática en la que el sexo se convierte en un pasatiempo hermoso e inofensivo sería una fantasía utópica o un triste desconocimiento de la naturaleza y la psicología humanas.

El amor verdadero sabe esperar

Angela Ellis-Jones, una abogada británica de 35 años, mujer no creyente y para nada sospechosa de ideas conservadoras, explicaba en un programa de debate de la BBC y en un artículo en el Daily Telegraph cuáles eran sus razones para permanecer virgen hasta el matrimonio.

«Desde mi adolescencia sabía que había de guardarme para el matrimonio, y nunca he tenido la más mínima duda sobre mi decisión. La castidad antes del matrimonio es una cuestión de integridad. Para mí, el verdadero sentido del acto sexual consiste en ser el supremo don de amor que pueden darse mutuamente un hombre y una mujer. Cuanto más a la ligera entregue uno su propio cuerpo, tanto menos valor tendrá el sexo. Quien de verdad ama a una persona, quiere casarse con ella. Cuando dos personas tienen relaciones sexuales fuera del matrimonio no se trata una a otra con total respeto. Una relación física sin matrimonio es necesariamente provisional: induce a pensar que aún está por llegar alguien mejor. Me valoro demasiado para permitir que un hombre me trate de esa manera. Pienso así desde que tenía 14 años. Por aquel entonces ya había observado el destrozo que producía el sexo frívolo en las vidas de algunos compañeros de escuela. Ya entonces me resultaba evidente que cuando se separa matrimonio y sexo, se difumina la diferencia entre estar casado y no estarlo, y se devalúa el matrimonio mismo. Quiero casarme con un hombre que tenga un concepto de la mujer lo bastante elevado como para guardarse íntegro para su esposa.»


La juventud es un momento muy especial de la vida, es la época donde se forma la propia identidad, en que se toman las primeras decisiones personales serias. Hay una especial sensibilidad ante la fuerza de unas palabras, ante el testimonio del ejemplo. En medio de las victorias y derrotas morales de cada hombre, se va construyendo un ideal de vida, se va formando la conciencia, esa vara con que se mide la dignidad humana, el verdadero indicador del desarrollo de la propia personalidad.

Es cierto que algunos –más los mayores que los jóvenes– piensan que lo realista es buscar cuanto antes gratificaciones sexuales y facilitarlas a otros. Dicen que prefieren ese pájaro en mano a un amor ideal que ven como algo muy lejano. Y aunque es comprensible que a una persona le deslumbren las gratificaciones inmediatas frente a lo que quizá ve como promesas inciertas, construir la propia vida requiere abrir horizontes nuevos al deseo, aprender a valorar lo que todavía no tenemos en la mano pero que, por su valor nos vemos llamados a alcanzar. Así lo entendía esa joven abogada británica.

Dejarse fascinar por el afán de saciar nuestros instintos es algo que impide alcanzar lo realmente valioso. El hombre de deseos insaciables es como un tonel agujereado: se pasa la vida intentando llenarse, acarreando agua en un cubo igualmente agujereado.

La sexualidad fuera de su debido contexto responde a un impulso instintivo, que se inflama súbitamente y luego se apaga enseguida. Es una llamarada tan intensa como fugaz, que apenas deja nada tras de sí, y que con facilidad conduce a un círculo angosto de erotismo que, en su búsqueda siempre insatisfecha, considera que otros conceptos más elevados del amor son una simple ensoñación, cuando no un tabú o algo propio de reprimidos.

En el momento en que la sexualidad deja de estar bajo control, comienza su tiranía.


Solo las personas pueden participar en el amor. Si una persona permite que su mente, sus hábitos y sus actitudes se impregnen de deseos sexuales no encaminados a un amor pleno, advertirá que poco a poco se va deteriorando su capacidad de amar a alguien. Está permitiendo que se pierda uno de los tesoros más preciados que toda persona puede poseer.

Si no se esfuerza en rectificar ese error, el egoísmo se hará cada vez más dueño de su imaginación, de sus sentimientos, de sus deseos. Y su mente irá empapándose de un modo egoísta de vivir el sexo.

Tenderá a ver al otro de un modo interesado. Apreciará sobre todo los valores sensuales o sexuales de esa persona, y se fijará mucho menos en su inteligencia, sus virtudes, su carácter o sus sentimientos.

Además, una relación basada en una atracción casi solo sensual, tiende a ser fluctuante por su propia naturaleza, y es fácil que al poco tiempo –al devaluarse ese atractivo– aquello acabe en decepción, o incluso en una reacción emotiva de signo contrario: de antipatía y desafecto.

— ¿consideras difícil de rectificar ese deterioro en el modo de ver el sexo?

Depende de si es firme o no tú decisión de superarlo. Lo fundamental es reconocer sinceramente la necesidad de dar ese cambio, y decidirse de verdad a darlo. Es como un reto: hay que purificar, llenar de luz la imaginación, de limpidez la memoria, de claridad los sentimientos, los deseos.

Educar la sexualidad

Es una lástima que al tener oportunidad de enseñar, muchos limiten la educación sexual a la información sobre higiene y funcionamiento fisiológico de la sexualidad. Son cosas indudablemente necesarias, pero no las únicas ni nunca las más importantes, además son cosas que casi todos hoy saben ya de sobra.

En cambio, el autodominio de la apetencia sexual, y por tanto, de la imaginación, del deseo, de la mirada, es una parte fundamental de la educación en la sexualidad a la que pocos dan la importancia que tiene.

— ¿Y por qué se le debe tanta importancia?

Porque si no se logra esa educación de los impulsos, la sexualidad, como cualquier otra apetencia corporal, actuará a nivel simplemente biológico, y entonces será uno fácilmente presa del egoísmo típico de cualquier apetencia corporal no educada. La sexualidad se expresará de forma parecida a como bebe o come o se expresa una persona que apenas ha recibido educación.

Necesitamos una mirada y una imaginación entrenadas en considerar a las personas como tales, no como objetos de apetencia sexual. Por eso, cuando en la infancia o la adolescencia se introduce a las personas a un ambiente de frecuente incitación sexual en la T.V., cine, teatro, comerciales,etc., se comete un grave daño contra la afectividad de esas personas, un atentado contra su inocencia y su buena fe.


Aunque suene quizá un poco fuerte, pienso que no exagero, porque todo eso tiene algo como de ensañamiento con un inocente. Romper en esos chicos y chicas el vínculo entre sexo y amor es una forma perversa de quebrantar su honestidad y su sencillez, tan necesarias en esa etapa de la vida. Los primeros movimientos e inclinaciones sexuales, cuando aún no están corrompidos, tienen un trasfondo de entusiasmo de amor puro de juventud. Irrumpir en ellos con la mano grosera de la sobreexcitación sexual daña torpemente la relación entre chicas y chicos, “no se les maltrata atándolos con una cadena o algo parecido, pero se les esclaviza sumergiéndoles en un mundo de fantasías”.


Autodominio sobre la imaginación y los deseos

Igual que el uso inadecuado del alcohol conduce al alcoholismo, el uso inadecuado del sexo provoca también una dependencia y una sobreexcitación habitual que reducen la capacidad de amar.

Y de manera semejante a como el paladar puede estragarse por el exceso de sabores fuertes o picantes, el gusto sexual estragado por lo erótico se hace cada vez más insensible para percibir la belleza de una relación que nace del amor, lo convierte a uno menos capaz de sentimientos nobles y más ávido de sensaciones artificiosas, que con facilidad conducen a desviaciones extrañas y a aburrimientos mayúsculos.

Sobrealimentar el instinto sexual lleva a un funcionamiento anárquico de la imaginación y de los deseos. Cuando una persona adquiere el hábito de dejarse arrastrar por los ojos, o por sus fantasías sexuales, su mente tendrá una carga de erotismo que disparará sus instintos y le dificultará conducir a buen puerto su capacidad de amar.


Pienso que no es reprimir el impulso sexual como si encauzar y comprender bien los sentimientos.
Basta que la voluntad se oponga y se distancie de los estímulos que resultan negativos para la propia afectividad.

Es preciso frenar los arranques inoportunos de la imaginación y del deseo, para así ir educando esas potencias, de manera que sirvan adecuadamente a nuestra capacidad de amar. Entender esto es decisivo para captar el sentido de ese sabio precepto cristiano que dice “no consentirás pensamientos ni deseos impuros”.

Quien se esfuerza en esa línea, poco a poco aprenderá a convivir con su propio cuerpo y con el de los demás, y los tratará conforme a la dignidad que poseen. Gozará de los frutos de haber adquirido la libertad de disponer de sí y de poder entregarse a otro en su momento. Vivirá con la alegría profunda de quien disfruta de una espontaneidad madura y profunda, en la que el corazón gobierna a los instintos.


En el ser humano no hay épocas de celo que garanticen el ejercicio instintivo de la sexualidad, como sucede con los animales los cuales tienen épocas de celo en las que sus hormonas le indican que debe aparearse para reproducirse. El hombre ha de controlar su sexualidad, que no puede reducirse a una necesidad biológica de simple reproducción y mucho menos al simple placer, ya que el ejercer el acto sexual solo por placer estaríamos actuando por una razón menor que la de los animales. El acto debe nacer del amor.

Cuando una persona busca al otro o a la otra como un medio que proporciona únicamente el placer, podría decirse –en palabras de Carmen Segura–, que entonces, en esa actitud, tener una relación evidentemente tiene más que ver con la masturbación; pues se circunscribe a la búsqueda individualista de la propia satisfacción, pues en definitiva, aunque se realice por medio de otro, es algo que se hace para uno mismo. Cada uno esta satisfaciéndose aun estando juntos.

Cuando lo que se busca sobre todo es aplacar el ansia de sexo, ese placer no alcanza a satisfacer plenamente aunque calme provisionalmente la apetencia, porque todo placer corporal desvinculado de lo espiritual resulta restringido al momento de su realización. Y la persistencia –individual o en compañía–, cuando se convierte en hábito, llega pronto a saturar y buscar hacerlo mas intenso de algún modo, para encontrar algún mayor placer en ello (y todo eso aunque resulte difícil de creer, luego será dificil dejarlo, como cualquier otro mal habito).

Esa insatisfacción se produce, no solo respecto al placer obtenido solo por el placer mismo, sino también y principalmente respecto de uno mismo. Tarde o temprano esa conducta pudiese acabar produciendo un vacio interior, e incluso un rechazo y un menosprecio de uno mismo.

Esa persona, aunque quizá le cueste reconocerlo hacia el exterior, se encuentra acostumbrada a la búsqueda de determinadas compensaciones; atada a ellas le parece casi imposible vivir sin ellas pero siente un desencanto del modo en que vive. Quizá desearía actuar de otro modo, emplear de otra forma sus energías, pero esa búsqueda de placer se ha convertido en cadena que ata, que pesa y que esclaviza.

Aunque parezca una comparación exagerada, es semejante a lo que sucedía en aquellos antiguos banquetes romanos. Se buscaba el objeto del placer y después se vomitaba para volver a comer de nuevo. El objeto buscado, tanto en el caso del sexo como de la comida, no produce satisfacción completa y pacífica, y ha de ser continuamente repetido o sustituido. En el fondo, se siente poca estimación por él, pues es sobre todo un simple medio, tanto menos apreciado cuanto más se siente uno necesitado de recurrir compulsivamente a él.

Sócrates hablaba de una voz interior que le aconsejaba, le reprendía, le impulsaba a buscar la verdad. Esa voz es lo más lúcido de nosotros mismos, y nos advierte que no debemos quedarnos en las meras sensaciones, sino buscar la verdad que hay en ellas, su auténtico valor, y no el que está más a mano, sino el más profundo.

No se trata de controlar al modo estoico las tendencias instintivas, sino de desear ardientemente valores más altos. No es cuestión de reprimir las tendencias, sino de saber dirigirlas. Un director de orquesta no reprime a ningún instrumentista, sino que señala a cada uno el tiempo que debe seguir para realizar su función de modo pleno: en unos momentos habrá de guardar silencio, en otros tendrá que armonizarse con otros instrumentos, y otras veces deberá asumir un mayor protagonismo.

Cuando alguien descubre la realidad del amor, tiene la certeza de haber descubierto una tierra maravillosa hasta entonces desconocida e insospechada. Se considera feliz y agraciado, y con razón. Es una lástima que por no acomodarse al ritmo natural de maduración del amor, algunos quieran comer la fruta verde y pierdan la meta que podrían haber llegado a alcanzar. Ellos mismos se acaban dando cuenta, tarde o temprano, de que en el mismo momento en que esa persona les entregó prematuramente su cuerpo, cayó del pedestal en que la habían puesto.

—Pero el atractivo del sexo es muy fuerte y la gente quiere hacer uso de él libremente.

No estoy en contra de la libertad, evidentemente. Pero sabemos que la libertad es en parte la adecuada gestión de lo que se debe hacer. El deseo es ciertamente un motivo para actuar, pero solo el deseo inteligente es una razón para actuar.

Cualquiera puede hoy encontrar sexo con bastante facilidad. No requiere especial talento ni habilidad. No es algo que haga a nadie más hombre ni más mujer. Lo difícil, lo valioso, es encontrar un hombre o una mujer que se hayan guardado para quien un día será su marido o su mujer. Una persona normal que haya sabido esperar, sin miedos, sin fantasmas. “Una persona que, simplemente, se guardó para mí. Sí. Exactamente eso es lo que busco.”



¿Es realmente posible esperar?

Bastantes personas entienden al principio el sexo como un modo de diversión más. Pero cuando piensan en encontrar a alguien con quien compartir su vida, cuando piensan ya en algo serio, es fácil que entonces comprendan que el valor de esa persona que están buscando tiene bastante relación con su capacidad de esperar, de guardarse para él.

Si no lo ha logrado hasta hoy, recomendaría que al menos lo intente seriamente a partir de ahora. ¡Si, aún puedes!... –le diría–... ofrecer tu cuerpo de primera mano a quien vaya a ser tu marido o tu mujer;... tienes un tesoro muy valioso, consérvalo. Si no puedes decir ya eso, que al menos puedas decir un día que has logrado esperar por él, o por ella, los meses o años que aún te quedan.

—Otros tienen miedo de perder a su novio o su novia si no acceden a tener relaciones sexuales. Si el otro les dice que “todos lo hacen”, o “si me quieres, demuéstramelo”, no encuentran argumentos para negarse.

Pienso que debe plantearse al revés. Si hay amor, con la espera pasará la prueba de su rectitud. Si te quiere de verdad, no lo perderás, sino que adquirirá una estima mayor por ti. Verá que no te entregas a cualquiera, sino que te guardas para quien vaya a ser el padre o la madre de tus hijos.

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